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Mudanza, cuarentena y demás

Por más que uno se siente y se crea un experimentado y bien viajado expatriado reubicándose a un país lejano de primer mundo, la vida luego le arroja a uno sus no-tan-sutiles chingadazos para recular un poco y caer en cuenta que la vida todavía tiene algunas sorpresas bajo la manga.


Antes de mudarme ya de manera definitiva a Doha con toda mi pandilla, mis 11 maletas y todas mis ilusiones, llegué, hace un año, solo a Qatar para completar los trámites propios de un cambio de residencia; registrarme con las autoridades, sacar mis papeles de residencia, buscar depa, instalarme en la oficina y conocer un poco lo que sería mi nuevo hogar hasta, cuando menos, principios del 2023 pasando el Mundial.


Como recordarán, a principios del año pasado, justo cuando arrancaría mi proceso de reubicación, seguíamos en la cúspide de la pandemia con las vacunas apenas avanzando alrededor del mundo, variantes saliendo cada semana y protocolos de viaje que cada país implementaban según sus condiciones; o sea, no ha habido (ni a la fecha) protocolos internacionales homologados y mientras en México se usa una jerga vieja con agua sucia en el piso, aquí implementaron una App para móviles, pruebas PCR y cuarentenas para los viajeros entrantes según su lugar de origen.


El proceso, aunque un tanto laborioso, estaba claro. Antes de abordar había que tener, obviamente, la prueba PCR negativa, un “paquete” de cuarentena en Doha reservado y, una vez pasando migración, comprar un chip de teléfono local para descargar esa App donde estaría registrada mi situación “Covidiana” (infectado, en cuarentena o libre del bicho) para, inmediatamente después, pasar a la fila de taxis para encuarentenados que ya venía incluido en el paquete y trasladarnos al hotel.


Casi todos los hoteles de todos los niveles participaron (participan) como hoteles de cuarentena que consiste en bloquear ciertos espacios o pisos designados para los visitantes que se ven en la necesidad de tener esos paquetes de cuarentena que, dependiendo desde donde arriben, podrán ser de un par de días hasta poco más de una semana.


La empresa me reservó mi paquete de cuarentena en un muy buen hotel, cerca de la oficina, con vistas al mar y un pequeño balcón para agarrar aire fresco durante la semanita que estaría allí. El proceso es que antes de que finalice la semana de estancia, al sexto día, pasan a tomar otra prueba PCR y, de salir negativa, al día siguiente te liberan.


En el hotel no me recibieron con el personal vistiendo esos trajes amarillos de películas del ébola, pero si tenían una recepción aparte donde me pidieron mis documentos más básicos porque, como lo mencioné, ya estaba el paquete pre-pagado que incluía la comida que dejaban en la puerta del cuarto 3 veces al día; me llevaron a mi cuarto con mis maletas y me instalé para dormir y al día siguiente empezar a ponerme al corriente con mis cosas de chamba que había perdido por mis casi 24 horas de viaje desde México.


La gente que me conoce sabe que luego la hago mucho de pedo por pendejadas, pero en este caso, le tenía un poco de ganas de mi semana de encierro porque hacía muchísimo tiempo no estaba obligado a no salir, me traía muy motivado estar a mis anchas y poder trabajar en calzones todo el día, tenía una cómoda cama al lado de mi escritorio para colar alguna siesta después de comer, tener tiempo de leer el libro que llevaba meses arrumbado y quizá, también, actualizarme con Netflix.


La organización del país ante la pandemia me pareció (y sigue pareciendo) algo bastante digno de admirar y presumir en comparación con otros lados. Parte del servicio del Estado al estar en un hotel de cuarentena es que, de manera diaria, te están monitoreando tus signos vitales. La única salida permitida del cuarto era para bajar un piso y pasar a la clínica que tenían montada provisionalmente en uno de los cuartos de hotel donde un equipo médico con doctores y enfermeras estarían al pendiente de tomar y registrar los signos vitales de nosotros los encuarentenados.


Desde el primer día en que bajé a la clínica, todo estaba bien excepto mi presión arterial. Nunca he sufrido de hipertensión ni nada por el estilo y los doctores me dijeron que era normal por el jet-lag del viaje, el estrés propio de la cuarentena y la mudanza, la clara inactividad física que rige mi vida y mis casi cuarenta años. En pocas palabras, me dijeron gordo, viejo, huevón y preocupón.


No le puse mucha atención... pero sí.


Suelo ser MUY intenso y si me dicen gordo al día siguiente como pasto y estoy inscrito en 14 gimnasios a los que nunca iré; si me dicen viejo voy a comprarme unos zapatennis tipo Converse para caer más en el estereotipo de Chavo-ruco; si me dicen que estoy estresado, pongo playlists en Spotify de música relajante y sonidos de naturaleza con lluvia de bosque y mamadas por el estilo que hacen todo lo contrario. Y como tuve apendicitis poco antes de mi viaje consideré algo prudente repórtaselo a mi doctor en México solo para que estuviera alerta y no cagarla en el diagnostico con mis vastos conocimientos médicos.


Cómo a mitad de semana que mi presión no solo seguía alta sino en aumento fue cuando ya me cagué con un poco mas de seriedad y me puse las pilas para tomar medidas correctivas al asunto. Me puse a hacer yoga en mi cuarto (ya se imaginarán que hasta compré una App que se usó 4 veces) y llevar a cabo, durante el día, ejercicios de respiración que, según el video de YouTube que encontré, garantizarían que me bajaría la presión de inmediato. Incluso mi doctor me recetó tomarme un vasito de whiskey en las noches antes de dormir cosa que agradecí sobre manera y que debo confesar que hasta abusé un poco en las dosis sugeridas…. y nada funcionó.


Ya para el penúltimo día de mi estancia, mi presión había subido aún más y hasta asustó un poco a mi doctor en México que me sugirió que me fuera a atender al hospital a la de ya. El personal médico local me insistió que dejara de pensar en mi presión justo antes de tomarme la presión porque eso solamente me generaría más estrés para mi presión y mis signos de presión solo causaría más presión y tanta pinche presión no es buena para la presión… ¡Suputamadre!, es literalmente imposible no pensar en otra cosa cuando es el único pendiente que tiene uno encerrado en un cuarto de hotel toda una semana.


Así que, contra cualquier deseo mío, pedí que me dieran un aventón al hospital para que me dieran una checadita, una pastilla y de regreso; cuan equivocado estuve.


Para empezar, estaba en cuarentena entonces, por protocolos de salubridad del país, no podía andar deambulando por la vida y por la calle así nomás e ir al primer hospital o clínica que se me ocurriera; tenía que ser recolectado en ambulancia por personal debidamente preparado para atender gente en cuarentena y solamente me podían recibir en el ala Covid del hospital público.


Cuando llegó la ambulancia, ahora sí me sentí como en la película del ‘95 “Outbreak” porque llegaron los paramédicos armados hasta los dientes con los trajes amarillos esos que no les entra el ébola, lepra, la luz, el polvo y mucho menos el coronavirus. Y no es que menosprecie esta terrible pandemia que ha afectado a tantísimas familias de alrededor del mundo, al contrario, lo que pasa es que si me sacó el pedo de mi vida cuando llegaron con ese kit que solo había yo visto en esa película y me escoltaron a la ambulancia para trasladarme al hospital.


El hospital público de Doha es moderno compuestos de varios edificios bien mantenidos y limpios, personal internacional, pisos relucientes de mármol importado, seguramente, de Italia o algún lugar similar, una cafetería que hasta se ve buena; es de las cosas más chingonas que he visto en cualquier hospital público o privado… excepto el ala Covid.


Independientemente del malestar que fuera y mientras se encuentre uno a medio proceso de cuarentena sin contar con un resultado negativo que autoriza salir a la vida, el protocolo se considera como “sospecha de Covid” y hay que atenderse en esa sección designada.


Y, a ver, lo entiendo. Lo último que un hospital aquí o en Wuhan debe hacer es mezclar a infectados o posibles infectados con la población general sino se armaría un pedo peor, pero no fue la mejor de las experiencias y no tanto porque sea yo demasiado fresa y el mármol era local y no importado, las pantuflas eran azules en lugar de blancas o porque la máquina de Nespresso personal no tenía las cápsulas del café tostado robusto de Etiopía que tanto me gusta, era porque, como en la gran mayoría de los lugares del planeta, la cantidad de casos sobrepasaba el espacio disponibles y designado para atender a la pandemia y tuvieron que improvisar adaptándose como pudieran y aquella sala de espera donde estábamos excedía, sin lugar a dudas, los niveles recomendados de monóxido de carbono.


Si en un año de pandemia me habría librado de contraer este maldito virus, compartir 8.5 metros cúbicos de aire con 57 seres humanos tosiendo, estornudando y haciendo ruidos diversos no me parecía muy alentador; y eso es si sobrevivía al paro cardiaco que yo sentía que me estaba dando porque se me disparó la presión a niveles que, oficialmente, tipifican como crisis hipertensiva.


Como habrán deducido, no me morí porque aquí sigo jodiendo. Y mi paso por aquella sección del hospital de Hamad Medical en Doha me recordó lo afortunado que soy al estar, aún en una sección vieja y saturada del hospital, en un país que responde ante una crisis de salud, como la que estamos viviendo, mucho mejor que en la mayoría de países incluyendo mi México donde me parece atroz como lo han venido haciendo; lo importante que es la salud porque de un día para otro ya no estamos aquí; y que lo que mis padres me advertían sobre la factura que eventualmente mi cuerpecito me iba a estar pasando por mis malpasadas de jovenazo fiestero, era completamente cierto.


Eventualmente regresé a mi hotel libre de Covid, infartos o cualquier otra cosa seria; el estatus de la App que se usa en Qatar cambió a verde con lo que se me permitiría salir y “mudarme” a otro hotel donde estaría en lo que encontraba un depa por rentar y poder deambular un poco familiarizándome con mi nuevo hogar.


Y aunque nunca más volví a tocar la App de “Yoga para Gordos” que había descargado, si cambié un poco mis hábitos. Tampoco me volví de esos inmamables gluten-free, vegano-vegetariano-pisciano-lechugianos-SoloComeVerdurasVerdesyRojas que quieren convertir a cuanto cabrón se les atraviesa y andan predicando lo malo que es el buche, nana o nenepil; ¡ni madres! Seguiré comiendo mis taquitos, seguiré echándome mis tequilitas con sangrita y una cerveza helada y le meteré, cada que vaya a México, a unas buenas carnitas Michoacanas (no en Qatar por razones obvias), simplemente me estoy levantando más temprano para hacer algo de ejercicio casi diario y no morirme tan pronto.


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